Ciprian Homorodean

En “Décor: A Conquest”, Marcel Broodthaers concibió para la inauguración del Instituto de Arte Contemporáneo de Londres (ICA), en 1975, una pieza-exposición con la que el artista belga fijaría definitivamente el potencial de la instalación y el uso del objeto como vehículo y sujeto de narratividad. La pieza se compone de dos salas amuebladas, una dedicada al siglo XIX, y la otra al s.XX. En ambas, una instalación de muebles de cada época se acompañan de un conjunto de armas también de la época. La instalación, que se ha convertido en una pieza clave del arte contemporáneo, acierta a explorar la tensión entre las ideas de confort y interioridad con la de guerra y conflicto a través de los objetos.

Influido por esta tensión (confort-conflicto) que Broodthaers apuntó en “Décor”, Ciprian Homorodean trae con Hogar, Dulce Hogar en la Capella de Sant Roc una obsesión que podríamos considerar universal (la idea de vivienda, la seguridad doméstica, el hogar) pero que el artista complejiza y lleva más allá, mostrándola desde una subjetividad directa, franca y afilada, que bebe de sus obsesiones personales, así como de su trayectoria vital y artística.

Por un lado, Homorodean plantea la precariedad asociada al artista contemporáneo, para el que el trabajo en arte se encuentra en un estatuto ambiguo. Sobrevenidas la función más “noble” (cosa mentale) del arte para pasar a ser pura mercancía, o traspasada su función simbólica y pedagógica para convertirse en moneda de cambio e inversión, el artista actual se encuentra imbricado en una situación de frágil equilibrio. “El mercado desafía constantemente el estatus del arte como creación del espíritu” (Homorodean), y en éstas, el artista se ve abocado a vivir entre la producción simbólica y el concepto y el producto decorativo, difícilmente trasladable a una posición de estabilidad económica. Esta cuestión, la de la precariedad del artista, es una constante en su obra, fijación que ha ido evolucionando hasta su trabajo más actual.

De este modo, y teniendo en cuenta el potencial del arte como elemento decorativo -y por tanto sus vínculos con el diseño-, Homorodean comenzó a trabajar con lo que él llama “escultura con propósito”. Esta investigación, que ha combinado con varias exposiciones en Dublin Contemporary (2011), Bucarest Biennale (2006 y 2012) o la Bienal de Jafre VII (2015), entre otros, le ha llevado a dedicarse paulatinamente a la fabricación de muebles, primero para su casa, como una solución práctica, para luego pasar a la fabricación de muebles para otras personas. Utilizando materiales reciclados, mayoritariamente palés que encontraba en la calle, construyó en su piso vacío lo que se podría considerar un hogar. Las piezas que podemos ver en la exposición son parte de este proceso experimental, combinando creación artística y trabajo, o en otras palabras, proceso creativo y actividad laboral.

Por otra parte, Homorodean se interesa a la condición de inmigrante, ya que hace años que vive y trabaja fuera de su país de origen, Rumanía. Ubicado en Barcelona desde 2012, su constante búsqueda de un espacio particular al que poder llamar hogar – no sólo una localidad física, sino un lugar propio en el mundo – influye también en la génesis de Hogar, Dulce Hogar.

Además, el lugar de la exposición, la Capilla desacralizada de Sant Roc, configura un espacio con una incuestionable carga religiosa. Esta capa subyacente es el factor determinante en la elección de los elementos para formular Hogar, Dulce Hogar. En palabras de Homorodean, las iglesias pueden no sólo ser consideradas refugio espiritual, sino que también ofrecen refugio físico, representando un santuario tanto para el alma como para los indigentes. Pobres, sin-techo, y en mayor frecuencia hoy en día migrantes en transición, pueden ver las iglesias como un “hogar”, idea que, en definitiva, se encuentra subyacente a la instalación del artista.

Por último, en el proceso de dar una forma visual a sus reflexiones, Homorodean también evoca a su memoria las escenas de la infancia, cuando, en los años posteriores a la caída de Ceaucescu, muchas familias se quedaron sin casa. Expulsados ​​del que había sido su hogar, ellos sencillamente reunieron todas sus pertenencias en la calle, donde se instalaron en casas sin paredes. También recuerda algunas personas sin hogar que conoció en Barcelona hace unos años. Habían llegado demasiado tarde para el auge del movimiento okupa y ya no era fácil encontrar edificios vacíos donde vivir. Al cabo de unos meses sin techo, finalmente encontraron una casa abandonada en las afueras de la ciudad. Lo que en realidad era una choza que se caía a pedazos, se convirtió en un palacio para ellos, tan grande, confortable y lujoso. Este tipo de espejismo es común, como el cuento “La chica de los fósforos” de Hans Christian Andersen representa tan bien, sugiriendo asimismo que en los cuentos como en la vida, el “final feliz” es una cuestión de interpretación.

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